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domingo, enero 11, 2009

Lost in Connection (1ª parte)

Sábado 10 de enero de 2009, viaje de trabajo de 5 días a Boston. Tras el cierre ayer viernes de Barajas por la nevada sabía lo que me esperaba… Pero no, no lo sabía.

Me levanto, las 8:00. Leo un email de aviso de tormenta de nieve en la zona de Boston. Fumo un cigarrillo, el último en muchas horas. Vuelo vía Chicago (es estúpido, pero es lo que hay). Llego al aeropuerto sobre las 10:30. Colas interminables en la facturación de la T.4. Mi vuelo se cierra en 15 minutos, así que busco el mostrador de cierre inmediato y espero unos 25 minutos la tarjeta de embarque. Estoy en lista de espera, hay ‘overbooking’. Si no vuelo hoy “puede hacerlo mañana domingo en vuelo directo…” ¡En qué hora no le digo al tipo que directamente me ponga en ese vuelo (además, algo de pasta habría sacado)! Pero la responsabilidad me puede…

Espero en la puerta de embarque una media hora a que pase todo el mundo. Las 11:50 de salida prevista se han convertido en las 12:20.Gracias a mi categoría de cliente “Ruby en la alianza OneWorld” tengo plaza (una señora con 3 niños pequeños no tiene tanta suerte), la 28D, pasillo, casi al final del Airbus 340.

2 horas sin movernos. Esperamos que descongelen las alas (tienen unos 15 centímetros de nieve). Rodamos por la pista y despegamos. Salimos con 3 horas y 20 minutos de retraso, sé que no llegaré a mi vuelo de conexión (tenía sólo 1 hora y media para hacerla), y tengo hambre. Me esperan 9 horas y media como mínimo de vuelo en clase turista.

Comida de lo peor. Veo “Apaloosa” de Ed Harris. Pego hebra con mis compañeros de fila: Una pareja de rusos emigrados a USA que se quedaron atrapados el viernes en Madrid a su vuelta desde Israel a Chicago. Él toca la viola, incluso lo ha hecho en el Palacio Real con la colección de Stradivarius, y ahora da clases de música en la Universidad de Michigan State; ella era pianista. Está además una muy simpática (¡gracias por la mandarina gallega!) profesora de español de La Coruña, de vuelta a su puesto en la Universidad de Birmingham, Alabama. Al menos la señora rusa me descubre al chelista Yo-Yo Ma (http://www.yo-yoma.com/), al grupo de su hijo violinista ‘Brooklyn Rider’ (http://www.brooklynrider.com/), me recomienda un compositor llamado Anton Webern (http://es.wikipedia.org/wiki/Anton_Webern), y descubro que existe una versión de las Variaciones Goldberg para violín, viola y chelo.

Cuando en la pantalla del avión veo que sobrevolamos los Grandes Lagos, comenzamos a dar vueltas justo en medio, esperando nuestro turno de aterrizaje “debido a las condiciones metereológicas”. Así estamos más de 45 minutos.

Aterrizamos. Todo es blanco. Estamos en medio de la nada a 300 metros del finger. Pasamos 1 hora esperando nuestro turno de enganche.

Desembarco. Terminal 5. He acabado con unas 5 horas y media de retraso sobre el horario previsto. Ni rastro del personal de tierra de Iberia que se supone nos estaría esperando a los que hemos perdido las conexiones. No he dormido nada. Estoy cansado.

Me pongo en la cola de aduanas e inmigración. Me toca la de los tontos, y un oficial aún más idiota. Espero algo más de 1 hora. Paso.

Terminal 3. La mitad de la terminal está vacía. La otra, llena de colas de gente. Hay muchos vuelos cancelados/retrasados por la nieve en Chicago. El mostrador de Iberia, como no, está justo el último en la parte ya vacía. Dejo mis bultos en la cola y fumo el primer cigarrillo en unas 16 horas. Hace frío, mis pantalones vaqueros se quedan tiesos como el cartón, y el aire te corta la cara.

De vuelta en la cola, me siento en el suelo. Me duele la espalda. Espero unos 45 minutos a que me atienda una abuelita yanqui, al menos muy amable y sonriente, que no habla ni papa de español por supuesto. Me hubiera dado igual llegar a tiempo: mi vuelo a Boston se canceló por el tiempo en Chicago. Logro una plaza en el de mañana domingo, salida a las 12:20 del mediodía, y un vale descuento en un hotel del aeropuerto.

Llego con otro español que también viaja a Boston por trabajo a la estación de furgonetas de los hoteles. No hay indicaciones de dónde para cada cual. Acabamos encontrando la adecuada. Pero es tan pequeña y hay tanta gente esperando que tras subir la maleta, tenemos que bajarla porque ya no hay asientos… Mi espalda me duele tanto que casi no puedo respirar. Me preocupo, mucho. Es la primera vez que me pasa en toda mi vida. Me tomo 1200 miligramos de ibuprofeno y un par de Lucky Strikes. No puedo tumbarme en ningún sitio.

Tras otra media hora de espera, llega la furgoneta, la asaltamos y me planto en el hotel en menos de 10 minutos (‘aloft’ se llama el sitio). Pido cama ‘king size’ y llamada de despertador a las 8:15.
Me acuesto. Son las 11 de la noche, las 6 de la mañana en Madrid. Llevo 22 horas despierto. No sé cuántas sentado o esperando en colas. Me duele mucho. Mucho. Me duermo…

1 comentario:

Anónimo dijo...

qué divertida Odisea amigo, lo siento porm tu espalda y salud mental, pero está fenomenalmente descrita. Ciao