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domingo, febrero 26, 2006

Por la presente se hace saber que se empieza esta publicación


¡Vamos pa'llá!

La primera en la frente: hasta las mismas pelotas me tienen las señoras y señores diputados del Congreso de esta nuestra monarquía constitucional de todas las Españas, y me explico.

Hace un par de días conmemorábamos el veinticinco aniversario del fallido golpe de estado de 1.981. Me van a perdonar (o no, que tanto se me importa) pero me niego a decir "del 23-F" como hasta mi sinceramente admirado Marín, Presidente de la Cámara, leyó el pasado jueves. ¿A qué coño no decir "del 23 de febrero"? Que no cuesta tanto, digo yo. O es que la vieja manía anglosajona de abreviar las palabras nos invade el castellano (que va a ser que sí), o es que nos volvemos gilipollas y repetimos cada chorrada que oímos en los medios de comunicación como si fuera misa en latín
, amén (que también).

Pero quitando estos enfurruscamientos míos de viejo, es precisamente por la declaración leída por lo que me noto cierto escozor en la zona inguinal, miren ustedes... Todo viene por el afán de nuestros representantes en quitarle los méritos al Rey Juan Carlos I, y de paso a todos los que trabajando a su lado (empezando por ese Señor con mayúscula, D. Sabino Fernández Campos) se plantaron delante de la generalada e inferiores y les dijeron que nones, que por ahí no pasamos, que os piréis que aquí hay unas leyes y el que se las salte, a la puta calle, quiero decir, a la trena más serena del penal de Alcalá.

Pues eso, que a santo de qué dar en la declaración leída el mismo valor al Rey (y colaboradores implícitos, ya digo) que a todos los demás con alguna responsabilidad la noche de autos. Que no trago: y se lo dice uno que con la razón en la mano, o mejor, en la cabeza y la palabra, puesto a cavilar piensa que lo de la monarquía hereditaria no tiene ningún sentido de ser en los tiempos que vivimos.

Pero eso es punto y a parte. De señores, y señoras también, es reconocer a cada quien sus valores. Y en este caso, al Rey lo que es del ídem. Con lo cómodo que se podía haber estado el buen hombre tomándose una ginebra (o lo que beba Su Majestad) mirando la televisión y esperando a ver cómo discurría la cosa, que al fin y al cabo, el trono no se lo quitaba ni Tejero, ni Armada con la Invencible.

Pues no. Se ató los machos, se puso las medallas, el uniforme que correspondía y les dió a todos una patada en la trasera, como era el deber que había jurado, jugándose la cabeza, la corona, el cetro, la bola y todos los complementos del Ken modelo Zarzuela. Honor, dignidad, lealtad, arrestos y honraded. ¡Ay! olvidaba que los conceptos detrás de esas palabritas no están de moda, no salen en el Marie Claire, los del Gran Hermano no los usan, ni falta que les hace, y en los informativos no son noticia de portada. El del tiempo es el único que algo entiende del tema, porque hay que tener cojones para ser hombre del tiempo (pero esa es otra historia).

Y todo esto, ¿por qué? Por dar gustito a todos... ¡Pues que se joda el que no le guste! Pero la realidad fue esa. Y den gracias; por ello, hoy a los señores diputados (y señooooras, vale) les votamos, hablan con libertad, hacen leyes, gobiernan, y les ponemos piso en Madrid, con sus dietecitas y su canesú. Y si quieren cambiar la forma política del estado, a República Federal por poner un decir, pues lo presentan, se vota las veces que haga falta (y lo mismo aquí tienen uno a favor, miren ustedes), se cambia la Constitución, se aprueba y pa'lante. Que aquí ya sabemos lo que es echar del trono a algún rey, así que no nos iba a pillar de nuevas. Dictadores sin embargo, hemos desalojado a pocos.

Así que no me jodan: no quieran mutar la historia en historieta, no le quiten méritos al ciudadano Juan Carlos Borbón (y a todos sus santos), ni sobre todo, dejen de reconocer que por una vez hemos tenido un Rey como está mandado en 250 años. Que en este país, ya es mucho.

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